AHORA QUE TENEMOS TIEMPO, EN EL AUTOESTOPISTA QUEREMOS PROPONERTE UNA SERIE DE PELÍCULAS QUE REQUIEREN DE ESO, DE TIEMPO, PARA QUE DESVELEN SU MISTERIO.
notcoming.com
En un pequeño puerto pesquero el farero del muelle es testigo de un crimen. Un “Hombre de Londres” va al pueblo a investigar y empieza a hacer preguntas.
A LONDONI FÉRFI.
Directoras: Ágnes Hranitzky y Béla Tarr
Guion: Béla Tarr , László Krasznahorkai, según la novela de Georges Simenon.
Intérpretes: Miroslav Krobot, Tilda Swinton, Erika Bók, János Derzsi, entre otras y otros.
Fotografía: Fred Kelemen
Música: Mihaly Vig
Edición: Ágnes Hranitzy
País: Hungría, Francia, Alemania.
Estreno: 2007.
La directora Ágnes Hranitzky está ligada al cine de Béla Tarr desde que se conocieron, en 1978. Al principio, Hranitzky era solo la editora de sus películas pero, en los últimos años, su presencia en la confección de la película era tal que acabo compartiendo los créditos de la dirección con Tarr, a la sazón, su marido. Precisamente como el cine de Tarr se basa en escenas largas, donde aparentemente “no pasa nada”, la presencia de Hranitzky era tan importante.

Ágnes Hranitzky (izquierda) y Béla Tarr (centro) con un amigo.
“El hombre de Londres” comienza con la descripción, por parte de la cámara, de un buque atracado en el muelle de un pueblo. En esa “descripción”, la cámara tarda seis minutos, acompañada de imágenes en blanco y negro y una música tenebrosa. Luego asistimos a la actividad del muelle. Unas vías de tren se disponen justo al lado del buque. La cámara se eleva y vemos la escena desde arriba. Los viajeros, cada uno con un maletín, salen del buque y entran en el tren. La cámara los sigue, pasando de lo que parece una ventana a otra, separadas por tabiques. Uno de los viajeros no monta en el tren y se dirige de frente, justo cuando la cámara descubre que, donde está situada, es un faro. Dentro, el farero observa a los viajeros. La cámara sigue al farero en su rutina como observador.
En otra parte del muelle, alejada de esa actividad, un hombre espera, Otra persona le arroja un maletín desde el barco. Un tercer individuo aparece en tierra. Forcejea con el hombre del maletín y este cae al agua, maletín incluido. El agresor se aleja rápidamente de la escena y desaparece entre las brumas.

festivaldecinedevillacantajosdelmanillar.com
A partir de entonces la cámara sigue la rutina del farero. Sale del faro al amanecer; recorre las desvencijadas calles del pueblo, un poco solitarias: un niño juega a la pelota; una muchacha (la hija del farero) friega trabajosamente un patio anegado en agua; el bar del pueblo, con sus peculiares parroquianos, que juegan al billar a las cartas o al ajedrez.
Al bar, que hace las veces de pensión, llega un misterioso hombre mayor, pero con porte aristocrático y dotes de mando. Es el “hombre de Londres”, que viene a investigar el crimen. Pronto se establecerá en una mesa del bar, recibirá gente extraña y comenzará a hacer preguntas.

keswickfilmclub.com
El momento que hemos elegido para analizar es el que va del minuto 1:10:00 al 1:17:12.
La cámara se embelesa en la lámpara del techo del bar del pueblo, mientras se oye una suave y melódica música de acordeón de fondo, junto con el sonido de bolas de billar entrechocando. La cámara baja lentamente y descubre al farero y a su hija en la barra del bar. Se miran y se dicen parcas palabras, como si no tuvieran nada que contarse. Al otro lado de la barra, el camarero del bar conversa con una mujer vestida de manera estrafalaria. El camarero le refiere a la mujer lo acaecido la noche anterior, con el Hombre de Londres, las personas extrañas con las que se entrevistaba y las preguntas que hacía. De esta conversación son conscientes el padre y la hija. El camarero acaricia el pecho de la mujer y le propina alguna palabra libidinosa. La mujer se aburre y le pide una copa al camarero. La cámara vuelve lentamente al padre y la hija y se produce el que es, para nosotras, el gran momento del filme. El farero le pregunta a su hija: “¿Te gusta?” (no sabemos si se refiere a la conversación, la mujer o el extravagante vestido de esta), a lo que la joven responde: “¿Es real”?.
El farero paga las consumiciones y se dirige con su hija a la salida, pero la cámara no les acompaña, se detiene en observar a los jugadores de billar que, acompañados por la acordeonista, bailan al son de la música, uno con una bola encima de la nariz y, el otro, alzando una silla.
Este tipo de cosas son las que hacen realmente especiales al filme. Como pasó en la escena inmediatamente anterior a esta (tras una fuerte discusión en una carnicería, el carnicero se pone a cortar carne como si tal cosa, sin hacer nada más, durante dos minutos) la escena del bar de la que antes hemos hablado está llena de un fino humor, que descarga de la tónica de gravedad del filme. Asimismo, sin ningún alarde técnico, asistimos casi a una escena de ciencia-ficción, no solo por la lentitud con la que la escena se desarrolla, sino por la inclusión de lo extraño (“¿es real?”) y de lo sorprendente (la cámara se queda con los jugadores del billar en vez de seguir a los protagonistas).
Es cierto que, como pasa con cineastas de otras latitudes (el turco Nuri Bilge Ceylan o el rumano Cristi Puiu, que también acostumbran a realizar películas larguísimas), las directoras Ágnes Hranitzky y Béla Tarr alargan mucho las escenas que a priori nos podrían parecer sin importancia y que, incluso, podrían irritarnos. Pero una espectadora ha de estar por encima de eso, ha de aprender a apreciar una mirada diferente y adentrarse en los muchos misterios que esta estupenda película tiene.