“El Crack Cero”, de José Luis Garci.

A mí siempre me gustó Garci. A finales de los setenta me parecía que era el mejor director que este país podía tener y el que de manera más acertada reflejaba esa cosa gris que se dio en llamar “transición”, junto con Eloy de La Iglesia, claro.

Foto: Fotogramas

En esa época, mientras yo escribía mis novelitas de quiosco, me ganaba un sobresueldo haciendo crítica de cine. Mis artículos en realidad los firmaba un gran periodista del que no voy a dar el nombre, y a mí me pagaban a mil pesetas la crítica. Bueno, no estaba mal. Al menos me respetaban lo que yo escribía (es decir, siempre creí que la redacción del periódico, que tampoco voy a citar, ni se molestaba en leerlas, conque las firmara el vetusto crítico de cine, ya bastaba). Bueno, al grano, pues yo escribía con pasión sobre aquellos desolados, mas extrañamente esperanzadores, filmes de Garci que eran “Asignatura pendiente”, “Solos en la madrugada”, “La verdes praderas”… Películas que retrataban un Madrid triste y melancólico a la par que romántico , entre las alturas y el suelo, a la vez que eran una crítica mordaz a la sociedad de la época.

Pero fue con “El Crack”, a principios de los años 80, cuando Garci dio un golpe realmente genial. En esa película, un Alfredo Landa con bigote interpretaba el papel de Germán Areta, un expolicía metido a detective privado, de semblante serio y un punto amargado, que transita la Gran Vía de Madrid.

Foto: filmaffinity

Foto: filmaffinity

Landa estaba soberbio en el papel del maduro detective, y Garci le dio la oportunidad al actor de huir de aquella lacra que supuso para él el llamado “landismo”, las películas que interpretó a finales de los sesenta y buena parte de los setenta, donde solía hacer de españolito medio de a pie: bajito, currante, renegrido y obseso sexual.

El éxito de “El Crack” propició una segunda parte dos años después, donde se ahondaba en esa España grisácea, que no parecía recuperarse del franquismo y no sabía cómo abordar las modernidades de la nueva década.

 

Treinta y cinco años después, Garci recupera a Germán Areta en “El Crack Cero”, una película que se sitúa justo en el año de la muerte de Franco (“precuelas” lo llaman ahora), y que está estupendamente interpretado  por Carlos Santos, que da muy bien la talla en el Areta cuarentón, ocho años antes del primer “Crack”. Además, Garci recupera con acierto los potentes personajes de “El Abuelo” (José Bódalo en las dos primeras partes, en “El Crack Cero” abordado con genio por Pedro Casablanc) y “El Moro” (Miguel Rellán en las películas de los ochenta y Miguel Ángel Muñoz perfectamente en la piel del personaje en este siglo XXI).

Carlos Santos, izquierda, y Alfredo Landa. Foto: meprestaelbierzo.com

Carlos Santos, izquierda, y Alfredo Landa.

Garci volvió a algunas escenas de sus dos primeros “Cracks”, especialmente las que relataban aquel Madrid, para colocarlas de certeras maneras en esta nueva producción. Varias secuencias de este largometraje fueron rodadas en algunas ciudades de provincias, como Alavés, que recuerdan a aquella Gran Vía madrileña, hoy absolutamente perdida.

Rodada en un evocador y magnífico blanco y negro, y con la estupenda música recuperada de Jesús Glück, que firmaría las partituras de los “Cracks” anteriores, esta primera aventura de Germán Areta está rodada con la melancolía y el romanticismo de los “Cracks” anteriores, haciendo alarde de una manera de rodar de otro tiempo, con esos fundidos en negro, esas largas escenas cargadas de gestos y miradas de antaño.

 

El  que diga que “El Crack Cero” es una película acartonada, pasada de moda, está en lo cierto. Esta es una cinta añeja, con los modos de antes, que es al mismo tiempo un homenaje al cine negro y un canto a aquel Madrid tristón pero, sin duda, realmente genuino.

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Permítanme que me presente; soy Paperback Writer, un hombre de honor, pero de escasa fortuna, que escribe novelas baratas de estilo petulante y carácter romántico que ya nadie lee (ni compra), por lo que me veo obligado a hacer chapucillas como esta para jovenzuelos, que no lo son tanto, y así sacarme unos cuartos y mantener casa, hacienda y honor en un estado, digamos, lineal. Soy de Madrid y estoy a punto de cumplir 80 años. ¡Salud!

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