LA GRAN TRIUNFADORA DEL PASADO FESTIVAL DE CINE GAI Y LÉSBICO DE MADRID (LESGAICINEMAD) SE ESTRENA AHORA EN PANTALLAS COMERCIALES.
SOLO NOS QUEDA BAILAR
(და ჩვენ ვიცეკვეთ).
Dirección: Levan Akin.
Intérpretes: Levan Gelbakhiani, Bachi Valishvili, Ana Javakishvili.
Género: neo bufanda ballet láser show.
País: Georgia, Suecia, Francia, 2019.
Duración: 106 minutos.
Cine: Jean Renoir Plaza De España, Madrid. V. O. en georgiano con subtítulos en españolo.
Para que una película de un país “exótico” (y en ese saco entre España, ojo) se estrene en pantallas comerciales del mundo occidental (o sea, la Europa “que mola” y los países no europeos de habla inglesa), tienen que ocurrir varias cosas, una, que la promoción sea “brutalérrima”; otra, que tenga un marcado carácter, en su forma sobre todo, de película occidental, aunque, y esto siempre es encantador, claro, conserve algunas claves de su exotismo; por eso, nos sorprende que una película como “Solo nos queda bailar” haya llegado tan lejos, no porque la historia general no sea global y que todo el mundo puede entender (los deseos de una persona joven de trascender el mundo cerrado donde vive) sino por el trasfondo: una importante historia de amor homosexual; el reflejo de una sociedad, la de Georgia, país europeo perteneciente en el siglo XX a la Unión Soviética, muy particular y que, encima, se desarrolle en el marco del desconocido baile folclórico georgiano.

El protagonista, Levan Gelbakhiani, en un momento de descanso. Foto: elpais.com.
El joven Merab (Levan Gelbakhiani) es un apasionado de la danza tradicional nacional y desde pequeño se prepara para poder entrar en el conservatorio de su ciudad. Su vida se debate entre el barrio popular donde vive, con su abuela, madre y un hermano conflictivo; su novia Mary (Ana Javakishvili); su trabajo en un restaurante y sus clases de baile. Un día llega a la escuela de baile un desconocido, Irakli (Bachi Valishvili), un joven carismático y con talento, que parece estar de vuelta de todo, y que se convertirá en el rival de Merab en el baile… y en algo más.

Bachi Valishvili y Levan Gelbakhiani. Entre ellos está la papa caliente.
El director de “Solo nos queda bailar”, Levan Akin, es de familia turca que se estableció en Georgia. Sin embargo, sus padres emigraron a Suecia, donde Akin nació. Las costumbres y el modo de vida del país de sus progenitores, Georgia, le queda, como él mismo confesó en una entrevista, bastante a desmano y ni siquiera habla el idioma materno con fluidez, sin embargo, Georgia siempre despertó en Akin una gran curiosidad.

El director Levan Akin, izquierda, entre Levan Gelbakhiani y Bachi Valishvili. Foto: elchafarderoindomable.com.
Cuando salió la idea de “Solo nos queda bailar”, en base a unas historias que Akin escuchaba de sus padres y familiares, tuvo la necesidad de trasladarse a Georgia para imbuirse de la vida de aquel país y buscar el marco donde se desarrollara esta historia. Poco a poco fue dándole forma, encontró a los protagonistas entre castings e, incluso, por Internet, y escribió un guion sobre esta historia de superación personal y de descubrimiento.
Sin embargo, aunque la trama homosexual está muy presente, Akin decide poner más el acento en la situación de la gente joven de Georgia, un país que, tras el yugo soviético (esto es así), está obsesionado con preservar sus claves nacionales y su legado, que se basan en la tradición; el baile, la música y el folclore nacional y la religión. Esto hace ser al país, o así se desprende de esta película, una nación conservadora, patriarcal y machista que, desde luego, no ve con buenos ojos que dos personas del mismo sexo se atraigan.

El prota junto a la actriz Ana Javakishvili. Sí, también salen chicas en esta película.
Otro de los grandes aciertos del director Levan Akin es el mostrar el trasfondo de su país: las costumbres conservadoras, su música, sus gentes y, sobre todo, su gusto por lo ancestral y la tradición. Las duras condiciones de la escuela de baile, cuyos profesores insisten en la hombría que es danzar el baile nacional y que se debe de ejecutar con gallardía masculina (y hetero); los paisajes industriales y naturales; la juventud, que solo parece debatirse entre el deseo irresistible de salir de Georgia o acabar convirtiéndose en “el típico georgiano gordo y borracho que vive de sus suegros” (frase que David [Giorgi Tsereteli], el hermano mayor machote de Merab, el protagonista, le suelta a su hermano) son otras de las claves para entender este largometraje.

La fiesta está servida.
Foto: peccadilo.com.
Y, por supuesto, el filme enseña, de manera clara, las condiciones de vida de los homosexuales. Si ya serlo es complicado en los países del llamado primer mundo, supuestamente modernos y tolerantes, en una nación como Georgia es prácticamente un crimen. Los dos amantes, Merab e Iracli, no solo tienen que demostrar su amor a escondidas, es que viven con el hecho, especialmente Merab, de que un día les partan la cabeza por la calle simplemente por andar de otra manera. En un momento de la película, Merab conoce a unos chicos, aficionados a vestirse de mujer, y va con ellos de fiesta. Cuando termina el jolgorio en la discoteca y salen a la calle, tienen que salir corriendo porque “unos borrachos georgianos” quieren darles una lección.
En definitiva, una estupenda película que equipara la historia de amor con la vida en un país, Georgia, que nos es completamente desconocido. El deslumbrante rostro y el buen hacer del protagonista, Levan Gelbakhiani, y la bella música tradicional de Georgia, son dos cosas que no se olvidan fácilmente y que hacen único a este film.